La Venganza, el perro y otras cosas

Ayer celebramos la reunión de teatro en verso, y de paso dimos la bienvenida a un nuevo miembro de nuestro grupo, cuyo nombre no diré hasta que no elija pseudónimo 🙂

Y como Galadriel hizo muy bien los deberes (como siempre), os dejo el verso que ella misma compuso como resumen de la obra y otros datos que recabó:

He leido la historieta
de Don Mendo y su novieta
quien por ser rica y guapa
al doncel hizo la puñeta

Para casarse con un rico
a don Mendo emparedó
y con un marido ya cornudo
al rey Alfonso y otros tantos se tiró

Convertido en Renato «El Trovador»
con unas moras apareció Don Mendo
y con tanta mujer por medio
se organizó un lío tremendo

El rey con la novieta Magdalena se lió
y al astado marido corneó
por haberse tornado en toro
y luchar como un cabrón

En una cueva remota
cada amante con su amado quedó
y los celos que no son buenos
las espadas y puñales de sus fundas paseó

En el húmedo y frío suelo quedó
el cuerpo de Don Mendo, el cornudo cabrón
el de Don Nuño, Azofaifa, Magdalena y
Don Mendo quien a si mismo la vida se quitó

EL AUTOR

Pedro Muñoz Seca nadió en el Puerto de Santa María en Cádiz en 1881. Desde joven fue aficionado a la poesia, el teatro y las corridas de toros.

Estudió Derecho y Filosofía y Letras en Sevilla. Acabados los estudios se trasladó a Madrid en busca defortuna y comenzó a trabajar en el bufete de D. Antonio Maura. En 1908 comenzó a trabajar con José Sánchez Guerra, influyente político a quien dedicó la obra de la venganza de Don Mendo y que le facilitó la entrada en el Ministerio de Fomento como Jefe de Negociado en la comisaria general de seguros.

Muñoz Seca pronto se dio a conocer como autor de teatro en un momento de gran actividad en la escena española.

A Muñoz Seca se le identifica con el género del «astracan», género cómico que solo pretende hacer reir a toda costa, que proviene directamente del «juguete cómico» en el que los equívocos planteados acaban  por deshacerse. La peculiaridad del astracan consiste en llevar el convencionalismo de frente y dejarlo descarnado ante el público, en este caso la acción, las situiaciones y personajes dependen del chiste que suele ser de retrúecano y de las deformaciones cómicas del lenguaje.

González Ruiz, Torrente Ballester y Ruiz Ramón han estudiado por qué razón Muñoz Seca interesaba y divertía al público de su tiempo, y la explicación apunta a que su treatro a pesar de la superficialidad y la falta de calidad artística era graciosisimo y enormemente teatral.

La Venganza de Don Mendo fue estrenada en Madrid el 20/12/1918 en el teatro de la Comedia y sus intérpretes fueron:

ADELACARBONÉ hizo de Azofaifa
AURORA REDONDO de la marquesa de Tarrasa
JUAN BONAFÉ de Don Mendo
JUAN ESPANTALEON de D. Nuño
MARIANO ASQUERINO de Bertoldino y Froilán

En cuanto a la versificación utilizada uso: Silva, Bisílabos
consonante, Cuarteto, Quinteta y Quintilla.

La diferencia de esta obra con la de Lope de Vega es palpable. Lope pertenece al teatro del Siglo de Oro, y El perro del hortelano es una «comedia» palatina, subgénero teatral que se caracteriza por tener como argumento el amor y los celos (en esto Don Mendo se le asemeja mucho) y terminar siempre con bodas. Normalmente la historia se desarrolla en un país lejano (Polonia, Hungría o Nápoles en este caso). Otra rasgo caracterizador muy habitual, es que está protagonizada por personajes de desigual condición social.

En este caso, El perro del Hortelano cumple todos los requisitos para pertenecer a este subgénero (quizá porque, como nos explicó Mirelle de Rémy, fue el propio Lope de Vega quien en su ensayo «Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo» daba la fórmula para escribir una obra de teatro en su tiempo).

Cada uno de los personajes nos presenta su lucha interior y sus sentimientos a través de décimas, sonetos, romances, octavas, tecretos y redondillas.

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La Dama del Alba

La lectura de la Dama del Alba, ha sido muy interesante, leer teatro es una experiencia especial y como después hemos tenido la oportunidad de ver la obra, representada por el grupo de teatro de la Universidad Carlos III, pues mucho mejor. Pensar en lo que te has imaginado leyendo el libro y compararlo con la interpretación que ha hecho el director sobre el texto y los actores han sentido en el momento de la representación es muy educativo. ¡Tenemos que repetir esta experiencia!

Elisabeth Bennet.

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FELIZ CUMPLEAÑOS, GRUPO DE LECTURA

Hoy nuestro maravilloso grupo de lectura cumple un año, y no quería que dejase de haber cosntancia de ello en nuestro blog.

Sí, amigas, justo un año que Elisabeth Bennet envió ese primer correo que nos haría vivir miles de aventuras a través de muchísimos personajes. Desde entonces, hemos viajado a la España mozárabe, hemos conocido el amor y el dolor de la pérdida, hemos experimentado lo que era ser esclava en los cañaverales, visitado el mundo entero de la mano de un chico del Perú, vivido una aventura en Marruecos acompañadas sólo de aguja e hilo…

Y todavía nos queda mucho por disfrutar, miles y miles de palabras que están esperando a ser leídas. ¡Que cumplamos muchos más!

Gala Placidia.

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LA ISLA BAJO EL MAR

Parece mentira pero desde la última publicación en la que Gala Placidia nos daba mas información sobre el plisado Delfos, ha pasado bastante tiempo y nadie se ha animado o no ha habido tiempo para escribir en nuestro blog.

Nos ha dado tiempo a leer Travesuras de la niña mala en homenaje a Mario Vargas Llosa, y su flamante premio Nóbel  y La isla bajo el Mar de Isabel Allende.

La semana próxima tendremos la reunión para hablar sobre éste libro. ¿Quien será la presentadora y moderadora de la reunión?… Pues aún no se sabe, pero alguna voluntaria surgirá ¿o no?… Al menos tenemos una conocedora de la bella Isla en la que transcurre la Historia.

Elisabeth Bennet.
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El tiempo entre costuras

Hola a todas,

El nuevo libro ha despertado mi curiosidad hasta tal punto que no he podido evitar rebuscar en internet para poder visualizar ese fantástico Delphos de Fortuny. Y mirando por aquí y por allí, he encontrado nada más y nada menos que el blog de la propia autora, María Dueñas, que creo encontraréis muy interesante.

Aquí os dejo la dirección para que cotilleéis:

http://eltiempoentrecosturas.blogspot.com/

Scarlata, puede que esto te facilite la búsqueda para la presentación el día 23!

Un beso,

 

Gala Placidia.

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Miguel Delibes documentación complementaria aportada por Dulcinea.

Semblanza Biográfica

Nace Miguel Delibes en Valladolid, capital de la comunidad autónoma de Castilla y León, el 17 de octubre de 1920. El apellido Delibes proviene, no obstante, de Toulouse (Francia), ya que su abuelo paterno, Frédéric Delibes Roux -emparentado lejanamente con el compositor Léo Delibes- se asienta en España en 1860, adonde emigra para participar en la construcción de una línea de ferrocarril en la provincia de Santander. En uno de sus pueblos, Molledo-Portolín -escenario luego de una de las primeras novelas delibeanas, “El camino”-, se casa con Saturnina Cortés, y con los años traslada el matrimonio su residencia a Valladolid.

Miguel Delibes es el tercero de los ocho hijos del matrimonio Adolfo Delibes, profesor y director de la Escuela de Comercio de Valladolid, y de María Setién, burgalesa de origen.

El niño Miguel estudia en el colegio de La Salle y, en 1938, con 17 años, y antes de que le movilicen como soldado en la guerra civil que asola España desde 1936, decide enrolarse como voluntario en la Marina. “Casi con seguridad iban a destinarme a Infantería y me horrorizaba la idea del cuerpo a cuerpo, la guerra en el mar era más despersonalizada, el blanco era un barco, un avión, nunca un hombre. Yo lo veía como un mal menor”.

Delibes, sin embargo, queda profundamente marcado por el conflicto bélico. “Si fuera posible -ha escrito- hacer un estudio médico de las personas que participamos en aquella terrible guerra, resultaría que los mutilados síquicos somos bastantes más que los mutilados físicos que airean sus muñones”.

Novelista casi por azar

Regresa a Valladolid recién terminada la guerra y estudia Comercio y Derecho. Sin embargo, ninguna de estas carreras le complace. Y sólo el azar quiere -él mismo lo ha reconocido así- que desemboque en el mundo del periodismo y de la literatura. Un azar que comienza cuando, al estudiar el Manual de Derecho Mercantil de Joaquín Garrigues, descubre la belleza del lenguaje y la eficacia de la metáfora y el adjetivo oportunamente empleado. Como también le gusta el dibujo -su padre le ha matriculado en la Escuela de Artes y Oficios-, Miguel Delibes ingresa como caricaturista, en 1941, en “El Norte de Castilla”, el periódico de su ciudad, y pasa luego a ser redactor.

Ya es por entonces novio de Ángeles de Castro y ésta -que luego será su esposa- le anima a leer y a satisfacer el espontáneo deseo de ponerse a escribir. De esta manera, casi por puro azar y con una formación eminentemente autodidacta en lo que a lo literario se refiere, escribre su primera novela, “La sombra del ciprés es alargada”, que consigue el prestigioso premio Nadal, en la noche de Reyes de 1948.

Es el espaldarazo. Dos años antes se había casado con Ángeles de Castro y había conseguido la cátedra de Derecho Mercantil en la Escuela de Comercio de su ciudad.

A partir de ahora compaginará la enseñanza, el periodismo y la literatura.

Del periodismo a la novela

Miguel Delibes es nombrado subdirector de “El Norte de Castilla” en 1952 y director en 1958. Emprende una serie de campañas en favor del medio rural castellano y ello le lleva a enfrentarse con el régimen y la censura reinantes, viéndose obligado a dimitir de su cargo en 1963. Pero no ceja por eso en su denuncia de la postración de Castilla y, cuando no puede hacerlo desde el periódico, lo hace desde la narrativa. Nace así su novela “Las ratas” (1962), verdadera epopeya novelada de la tragedia del campo castellano.

Pero ya antes había publicado varios títulos más, en especial “El camino” (1950), su tercera novela y arranque y confirmación de lo que habrá de ser su auténtico estilo narrativo.

Junto a títulos señeros como “La hoja roja” (1959), “Cinco horas con Mario” (1966), “Parábola del náufrago” (1968) -su novela más experimental-, o “Las guerras de nuestros antepasados” (1975), Delibes publica también sus primeros libros de caza y crónicas de viajes, principalmente “USA y yo” (1966), consecuencia de su estancia de seis meses en Estados Unidos, como Profesor visitante de la universidad de Maryland.

Académico de la lengua

En 1973, con más de veinte libros publicados y varios premios en su haber, Miguel Delibes es elegido miembro de la Real Academia de la Lengua, ocupando el sillón e minúscula. La toma de posesión tiene lugar el 25 de mayo de 1975, y su discurso versa sobre “El sentido del progreso desde mi obra”.

Sólo unos meses antes, en noviembre de 1974, había muerto su esposa Ángeles, a la que el novelista había calificado como su “equilibrio” y la “mejor mitad de mí mismo”. En una novela que Delibes publicará diecisiete años más tarde, “Señora de rojo sobre fondo gris” (1991), evocará la singular figura de esta mujer.

La muerte de su esposa deja sumido al escritor en una profunda depresión, de la que comienza a salir tres años más tarde con la publicación de su novela “El disputado voto del señor Cayo” (1978). Siguen nuevas novelas, nuevos libros de caza, alguna nueva crónica viajera y varios de sus relatos -doce en total- son llevados al cine o al teatro. “Los santos inocentes” en la pantalla y “Cinco horas con Mario” en los escenarios son los logros más notables en sendos géneros.

Premio Cervantes

Llegan también para Miguel Delibes los reconocimientos y los premios: el Príncipe de Asturias, en 1982; el premio de las Letras de Castilla y León, en 1984; el de las Letras Españolas, en 1991; y dos años más tarde, en 1993, el premio Cervantes, el más prestigioso galardón para escritores de habla hispana. Su discurso de aceptación del premio ha sido considerado como uno de los más bellos y profundos de cuantos se hayan pronunciado en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares. Y aun cuando en él parece dar a entender Miguel Delibes que da por clausurada su creación literaria, cinco años más tarde, en 1998, publica la que puede considerarse su novela más ambiciosa e incluso su obra cumbre: “El hereje”, un alegato en favor de la libertad de conciencia. La novela se desarrolla en el Valladolid del siglo XVI, y “a Valladolid, mi ciudad” dedica Delibes el libro. Ciudad donde nació y donde ha vivido siempre porque, como él mismo ha repetido, “soy como un árbol, que crece donde lo plantan”.

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Todas sus obras

  • La sombra del ciprés es alargada (1948)
  • Aún es de día (1949)
  • El camino (1950)
  • Mi idolatrado hijo Sisí (1953)
  • La partida (1954)
  • Diario de un cazador (1955)
  • Un novelista descubre América (Chile en el ojo ajeno) (1956)
  • Siestas con viento sur (1957)
  • La barbería (1957)
  • La mortaja (1957 y 1970)
  • Diario de un emigrante (1958)
  • La hoja roja (1959)
  • Por esos mundos: Sudamérica con escala en Canarias (1961)
  • Las ratas (1962)
  • Europa: parada y fonda (1963)
  • La caza de la perdiz roja (1963)
  • El libro de la caza menor (1964)
  • Viejas historias de Castilla la Vieja (1964)
  • Cinco horas con Mario (1966)
  • USA y yo (1966)
  • La primavera de Praga (1968)
  • Alegrías de la caza (1968)
  • Vivir al día (1968)
  • Parábola del náufrago (1969)
  • Con la escopeta al hombro (1970)
  • Mi mundo y el mundo (1970)
  • Un año de mi vida (1972)
  • Castilla en mi obra (1972)
  • El príncipe destronado (1973)
  • Las guerras de nuestros antepasados (1975)
  • S.O.S. (1976)
  • Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo (1977)
  • Mis amigas las truchas (1977)
  • El disputado voto del señor Cayo (1978)
  • Castilla, lo castellano y los castellanos (1979)
  • El mundo que agoniza (1979)
  • Dos días de caza (1980)
  • Los santos inocentes (1981)
  • Las perdices del domingo (1981)
  • Dos viajes en automóvil: Suecia y los Países Bajos (1982)
  • Tres pájaros de cuenta (1982)
  • El otro fútbol (1982)
  • Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso (1983)
  • El tesoro (1985)
  • La censura de prensa en los años 40 y otros ensayos (1985)
    • Castilla habla (1986)
    • Madera de héroe (1987)
    • Mi querida bicicleta (1988)
    • Mi vida al aire libre (1989)
    • Pegar la hebra (1990)
    • Señora de rojo sobre fondo gris (1991)
    • El último coto (1992)
    • La vida sobre ruedas (1992)
    • Un deporte de caballero (1993)
    • Un cazador que escribe (1994)
    • Diario de un jubilado (1995)
    • He dicho (1996)
    • El hereje (1998)
    • Tres pájaros de cuenta y tres cuentos olvidados (2003)
    • España 1936-1950: muerte y resurrección de la novela (2004)
    • La tierra herida (¿Qué mundo heredarán nuestros hijos?) (2005)

Miguel Delibes, Novelista de Castilla

MIGUEL DELIBES

Foto: MIGUEL GENER

En Miguel Delibes, novelista castellano, cuya obra literaria abarca toda la segunda mitad del siglo XX, vida y obra se desarrollan en absoluta coherencia. Miguel Delibes escribe como él es; su literatura es un reflejo fiel de su persona. Ha dado siempre una dimensión ética a su narrativa, conjugándola magistralmente con la estética literaria. “Mi vida de escritor -ha confesado él mismo- no sería como es si no se apoyase en un fondo moral inalterable. Ética y estética se han dado la mano en todos los aspectos de mi vida”.

Sus novelas, sus escritos periodísticos, sus crónicas de viajes o libros de caza son un retrato fiel, y no pocas veces crítico, de las tierras y los hombres de su Castilla natal, así como un alegato en favor de la naturaleza y de la perfecta armonía entre el hombre y su medio natural.

Miguel Delibes es, pues, el novelista de Castilla y el novelista de la naturaleza. Pero desde su paisaje y desde su Castilla natal, trasciende a una dimensión universal y sus personajes son vivos retratos del hombre de la segunda mitad del siglo XX.

Delibes es, además, una personalidad y un escritor independiente. Lo ha demostrado en su larga carrera periodística -desarrollada en su mayor parte durante la dictadura franquista-; en sus novelas y ensayos y, también, en su actitud y trayectoria biográfica. Si se ha puesto del lado de alguien ha sido siempre -lo mismo en la realidad que en la ficción- del lado de los perdedores, que es tanto como decir del lado de lo justo.

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Mi abuelo Miguel (por Elisa Silió, nieta del escritor)

Miguel Delibes, uno de los grandes escritores españoles, mantuvo durante 38 años una profunda amistad con su editor, Josep Vergés. Su abundante correspondencia refleja vivencias, amistades y una época que ya es historia. Un paseo por la vida y la obra de un autor imprescindible contada por un testigo directo, su nieta.

José Manuel Lara, editor de Planeta, lo intentó muchas veces. Le ofreció facilidades, adelantos. Pero no hubo forma de que Miguel Delibes (Valladolid, 1920), mi abuelo, se pasase a su grupo. Por eso, cuando Planeta compró todo Destino, donde él publicaba desde 1948, Lara le dijo con cierta guasa: «Miguel, como no hay forma de conseguirte, he tenido que comprar toda la editorial». Había una poderosa razón para que mi abuelo no abandonase Destino: Josep Vergés, ya fallecido, el hombre que confió en él cuando era un desconocido y al que considera «el único amigo asiduo, sincero y profundo» que hizo en los últimos 50 años. Lo afirma en la carta que pone fin a Miguel Delibes-Josep Vergés. Correspondencia (1948-1986), el libro que recoge su correo durante ese tiempo y que Destino publica el martes.

«José hacía copia de las cartas que me mandaba y guardaba las mías», me dice. «Hace 10 años me las envió para hacer un libro y las desestimé». Pero luego se dio cuenta de que en este epistolario, en el que uno no quería dar y el otro pedía, había algo más que «un enfrentamiento entre un rácano editor catalán y un rácano autor castellano cargado de hijos». Delibes, con siete niños, perdió por uno con Vergés (Palafrugell, Baix Empordà, 1910-Barcelona, 2001) en lo que con humor denominaban la «Liga de los hijos».

En 1944, mi abuelo entró a trabajar como redactor en el diario El Norte de Castilla, para el que ya había hecho caricaturas. Entonces apenas escribía. Fue Ángeles de Castro, su mujer, mi abuela, quien le metió la literatura en la sangre. Sólo ella y sus padres sabían en 1947 que se presentaba al Premio Nadal de la editorial Destino con su primera novela: La sombra del ciprés es alargada. Tenía 27 años. «Estaba en la redacción y cuando vi en la cabina de los teletipos que quedábamos tres voceé: ‘¡Soy finalista del Nadal!’. El director llamó al café Suizo de Barcelona, donde se reunía el jurado, y me dijo que había ganado. Agarré la bicicleta y me fui a contárselo a tu abuela». Se gastó las quince mil pesetas del premio en tapar agujeros. «Para la colección Áncora y Delfín, El ciprés era demasiado gordo y me sugirieron que suprimiera las primeras 80 páginas. A mí no me pareció mal y lo cortaron. Eran ellos quienes sabían de esas cosas», dice.

Se conocieron en Madrid

Los dos rácanos se conocieron personalmente en Madrid dos años después, pero se escribían desde que se falló el Nadal en enero de 1948. «José, júrame que me votaste», le espetó mi abuelo muchos años después. Había estado erróneamente convencido de lo contrario y el que le hubiera votado demostraba su apoyo desde el principio. Las ventas de La sombra del ciprés es alargada eran ridículas en sus comienzos, pero escribía al editor como si se tratase de un best seller: «Se han vendido 125 ejemplares en Valladolid, cosa poco normal en esta ciudad, que no se distingue por su inquietud literaria». Manuel Pombo Angulo, subdirector de Ya y finalista del Nadal aquel año con Hospital general, difundió la noticia de que su novela estaba agotada y no la de Delibes. Eso le desanimó: «Pombo se portó mal. Con el tiempo dijo en una entrevista que yo era uno de los mejores escritores de posguerra. Le escribí para darle las gracias y le dije que era hora de poner fin a 30 años de silencio. No me contestó».

Ahora reprocha a La sombra del ciprés es alargada su engolamiento y su técnica decimonónica. «Casi mejor no haber hecho nada con 27 años que haber escrito El ciprés», me contestó un día que me quejaba de mi inexperiencia en la vida frente a él, que con esa edad era ganador del Nadal, catedrático de Derecho Mercantil, periodista de El Norte de Castilla y esperaba su segundo hijo. Rechaza también su segundo libro, Aún es de día (1949), y opina que mejoró sensiblemente cuando empezó a escribir como hablaba. En 1950 publicó la que para algunos es su mejor novela, El camino, ambientada en Molledo Portolín (Cantabria), el pueblo de su padre, Adolfo. Necesitado de dinero, escribía lo que podía: cuentos, novelas y crónicas de fútbol que firmaba Miguel Seco y por las que cobraba 150 pesetas.

Se presentó con Mi idolatrado hijo Sisí en 1952 al Premio Planeta. Pero a Vergés no le dio buena espina: «Lara en Barcelona se ha ganado fama de trapisonda e informal, y mucha gente no quiere tratos con él. Sin embargo, es un hecho evidente que los libros que ha publicado tienen una gran venta». No ganó. Dudó si presentarse en 1959 con La hoja roja, pero no lo hizo. Treinta y cinco años después, en 1994, coincidiendo con la concesión de este galardón a Camilo José Cela, afirmó ante la insistencia de un periodista: «En los últimos años me han invitado a concursar varias veces, pero he declinado. Por supuesto, siempre me han garantizado el premio, aunque como no he ido no sé si la garantía era sólida». Lara contestó en una carta en EL PAÍS en la que confirmaba que le había animado a presentarse y añadía: «Ahora bien, eso de que se garantizase la obtención del premio es una mala interpretación de lo dicho por el señor Delibes». Ahí terminó la discusión y hoy mantienen buenas relaciones.

El Nacional de Literatura en 1955

Recibió el Premio Nacional de Literatura en 1955 con Diario de un cazador, y cada año sacaba un título: Un novelista descubre América, Siestas con viento sur, Diario de un emigrante, La hoja roja… No paraba. «Por las mañanas, clase en la Escuela de Comercio, y por la tarde y por la noche, en la redacción de El Norte. Y a veces los fines de semana tenía que hacer las crónicas de fútbol». Sacaba tiempo también para dar conferencias en Chile, Portugal, Italia… y para hacer reportajes de esos viajes para la revista Destino.

Con el Premio Fundación March empezó a construir una casa en Sedano (Burgos), pueblo en el que mi abuela tenía familia y veraneaba antes de casarse, parecida a las que había visto en los Andes. De madera por fuera y de estrechas habitaciones, como camarotes, en su interior. Se les quedó pequeña y el matrimonio pasó a vivir en una cabaña contigua. Y cuando se avecinó la llegada de la tercera generación, la mía, compraron un caserón antiguo del que mi abuela estaba encaprichada: La Casona. En total tres casas en una ladera entre las que nos repartimos ahora los 33 de familia. En Sedano pasa los veranos y caza junto a sus hijos. Antes eran palizas de hasta 30 kilómetros de subidas y bajadas que mi abuelo resistía sin problema, pues siempre ha sido muy deportista, pero ahora ha abandonado esta actividad por completo. Siempre escribía unas notas, una especie de diario de caza que luego ha tomado forma de libros: Las perdices del domingo, Mi último coto, etcétera.

Director de El Norte de Castilla desde 1958, tenía constantes roces con Manuel Fraga, ministro de Información y Turismo. «La presión oficial, sin dar la cara, es cada día más dura. (…) Ya no hay duda, me buscan a mí. No sé dónde terminaré», le escribió a Vergés, quien también estaba perseguido. «Hoy tenemos en el periódico otro buen lío por el chiste que acompaño. Nos veremos en la cárcel», bromeaba mi abuelo en otra carta. Pero ninguno entró en prisión, y en 1964, cansado, abandonó la dirección del periódico. Se enfrenta también a la censura en sus libros de Demetrio Ramos, la Viejecita. «Van y vienen ministros, mueren cardenales, obispos, se tambalea el régimen, pero la Viejecita permanece atornillada en Barcelona. ¿Qué hay que hacer para demoler a esa pequeña hiena?», le comentaba con ironía Vergés.

‘El príncipe destronado’ en el cajón

«Vergés a veces se equivocaba. Tuvo en el cajón nueve años El príncipe destronado porque no le convencía y cuando lo editó, en 1973, arrasó», cuenta. Un trágico accidente doméstico le hizo plantearse cambiar el final de esta novela aunque no lo hizo. En el verano de 1964, su hijo Adolfo, de cuatro años, derramó el aceite hirviendo de una sartén encima de él y de su hermana Camino, de dos años. Se recuperaron, pero apesadumbrado pensó en modificar el final de la novela y mandar a Quico, el niño protagonista, «con los ángeles».

A los pocos meses de aquel accidente, en el mismo año en que se editaba Viejas historias de Castilla la Vieja, mi abuelo viajó a Estados Unidos para impartir un curso en la Universidad de Maryland. Recuerda que su mujer se convirtió allí en la reina y terminó con la rigidez de los claustros de profesores. «En la Universidad de Maryland tocó las castañuelas y aquello adquirió una temperatura altísima». A su vuelta, cargados de puré Maggi (aquí desconocido), les esperaban en Barajas unas 50 personas entre hijos, hermanos y sobrinos. «A América marchó Colón/ fray Junípero después,/ pero lo que armó el follón / fue La sombra del ciprés…», comentaba su hermano pequeño Manolo en un divertido epigrama.

A su hijo Adolfo, que no terminaba de curarse de las quemaduras, le llevaron a una clínica de cirugía plástica de Barcelona. Allí fueron acogidos con la mayor generosidad por Vergés en su bella casa de Pedralbes, de tres plantas con jardín, piscina y pajarera. «¿Qué voy a decir de ti? Estás tan lejos del editor divulgado por la leyenda negra que sois dos polos opuestos», le escribió. Mi abuelo, sin embargo, no olvida sus discusiones por las erratas. «Resultaba inadmisible que yo quitara en la revisión de las pruebas 10 y ellos pusieran 20 más», se indigna todavía.

Menchu no era viuda

En 1966 se publicó Cinco horas con Mario. Confiesa que en un principio Menchu, la protagonista, no era viuda, pero que detestaba tanto que Mario fuese tan honesto que lo mató. Como Mario, también él recibió un porrazo de un agente cuando atravesó en bicicleta el Campo Grande una madrugada, algo prohibido.

A finales de los setenta, mi tío Miguel, investigador de la estación biológica de Doñana, encontró una cría de grajilla en unas ruinas y la llevó a Sedano. La llamaron Morris. No captó la atención de mi abuelo hasta que emplumó. «Quia, quia», le chillaba, y Morris, un pájaro muy sociable que se unía a cualquier bando de aves, acudía al reclamo y se posaba en su hombro. Le tenía maravillado. Pero una mañana no volvió de su paseo matutino. No la olvidó, y once años después la convirtió en la Milana de Los santos inocentes. «¡Quia, quia, Milanaaaa!», la llamaba Paco Rabal en las famosas escenas de la película. Pasaron más animales por La Casona: ginetas, un visón americano, pollos de codorniz, tritones, culebras, unos garduños que aterrorizaban a los vecinos… y más recientemente un buitre envenenado que vomitaba fluorescente y que acabó muriendo. Mención especial merecen los grillos. Su padre, Adolfo, le enseñó a cazarlos en la cuneta metiendo en sus escondites una pajita larga y fina y haciéndoles cosquillas con paciencia. «Voy a meterme los grillos debajo de la gorra como mi padre», dice a veces. Mi primo Diego, de siete años, confía en que el abuelo le enseñe a cogerlos.

Los años se le pasaban sin darse cuenta. Hasta que murió Ángeles, su mujer, su «equilibrio». El 22 de noviembre de 1974 fallecía a los 51 años en una clínica de Madrid. «A mí me ocurre una cosa: me parece que hemos pasado de la juventud a la vejez no en poco tiempo, sino en una noche (en un fundido, como las películas), que ayer todavía estábamos lidiando con Aparicio, la Vieja (el censor), yendo a Barcelona a operar a Adolfo, y, de repente, Ángeles ha hecho mutis y nos ha cambiado la decoración sin enterarnos», le escribía a Vergés. Le habían diagnosticado un tumor en la cabeza y no resistió la operación. Mi abuelo piensa que alguien como ella no podía envejecer. Su tacto para la convivencia, sus originales criterios sobre las cosas, su gusto delicado y su sensibilidad hacían de ella, dice, una mujer diferente.

Miembro de la RAE

Pocos meses antes, en 1973, había sido elegido miembro de la Real Academia Española. No estaba muy convencido, pero ella estaba entusiasmada. Cada mañana mi abuela pensaba: «¿Por qué estoy contenta?». Y se contestaba: «¡Ah, sí, la Academia!». Se preocupaba por el discurso, el frac…, pero murió medio año antes del acto de ingreso en el que mi abuelo afirmó: «Soy consciente de que con su desaparición ha muerto la mejor mitad de mí mismo. Objetaréis, tal vez, que al faltarme el punto de referencia mi presencia aquí esta tarde no pasa de ser un acto gratuito, carente de sentido, y así sería si yo no estuviera convencido de que al leer este discurso me estoy plegando a uno de sus más fervientes deseos…». «Vengo pues, así, a rendir público homenaje, precisamente en el aniversario de su nacimiento, a la memoria de la que durante cerca de 30 años fue mi inseparable compañera». Julián Marías tuvo también palabras hermosas para ella en el discurso de respuesta: «Ángeles, esa mujer maternal y niña a la vez, que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir». Vergés colocó una foto del matrimonio en la revista Destino, y mi abuelo, emocionado, se lo agradeció: «Ella tuvo mucha parte en lo que yo haya podido hacer, bueno o malo, y me parece equitativo que en esta hora aparezcamos juntos».

Pero la tarea de vivir continuaba y a sus 54 años mi abuelo tenía que ocuparse de tres hijos, de 12, 14 y 18 años. Su cuarta hija, Elisa, y su marido, Pancho, se fueron a vivir con ellos. Iba a ser sólo por unos meses, pero han pasado ya casi 28 años y siguen juntos, aunque en un dúplex. En una planta, Elisa y Pancho con sus cuatro hijos, y en la otra, mi abuelo. Bullicio arriba y tranquilidad abajo. Por entonces, el editor José Ortega Spottorno le tentó para que dirigiera el diario EL PAÍS, pero no hubo forma. «Aparte del dinero me ofrecían un coto en Madrid y colegio para los niños, pero yo no me veía en la capital. Les dije a mis hijos: ‘Mi vanidad ha sido saciada’, y todos contentos».

Tras dos años en blanco volvieron los libros: Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo y El disputado voto del señor Cayo. En Extremadura conoció a un Azarías que se orinaba las manos para que no se le agrietasen e impresionado escribió Los santos inocentes. La publicó años más tarde, en 1981, cuando Lara, con un suculento anticipo, le convenció de que escribiese algo para Planeta. El editor abrió el paquete con la obra de apenas cien folios y se quedó petrificado. «Entró en el despacho de Borrás, su segundo de a bordo, y le dijo: ¡Rafael, creo que los santos inocentes hemos sido nosotros!». Fue un libro de alto rendimiento para Lara y para él. En 1982 recibió el Premio Príncipe de Asturias compartido con Gonzalo Torrente Ballester.

De premio, un polo

Mis primeros recuerdos junto a él son de comienzos de los ochenta. Competíamos los primos para ver quién cogía más judías verdes de su huerta y él como premio nos compraba un polo. Me río pensando lo mal que cantábamos los boleros de Los Panchos (mi abuelo incluido) cuando íbamos en verano a la playa del Sardinero en Santander. He olvidado las reglas del póquer que él me enseñó. Quizá porque como pagaba mis pérdidas no había emoción. Y me vienen a la cabeza mis paseos interminables mirando al suelo porque mi abuelo, cariñosamente, me agarraba de la nuca con tal fuerza que me quedaba inmovilizada. Ya no tenemos huerta y ya no le acompañamos a pescar porque dejó la caña en los ochenta, cuando llenaron los ríos de truchas de piscifactoría. «Míralas, parecen colegialas de uniforme. Todas iguales», comentaba. Pero hay cosas que permanecen. Cada año se celebra un torneo de tenis familiar y nos sigue faltando sentido del ritmo, lo que no nos impide cantar en la entrega de oscars a los mejores del año en Nochebuena o La Marsellesa viendo el Tour. Sí se acabó el jolgorio de la era de Perico y de Miguel Indurain cuando, en el colmo del delirio el primer año de gloria de este último en el Tour, una pancarta en la puerta del jardín rezaba: ¡Sedano con Miguelón!

Vergés vendió su parte de Destino en 1986. Por entonces sus cartas eran ya menos frecuentes. Pasaron a telefonearse y a verse de vez en cuando en Barcelona o Madrid. Le sustituyó Andreu Teixidor, hijo de Joan Teixidor, el otro fundador de la editorial. En 1997, Planeta absorbió del todo Destino, y Teixidor abandonó el año pasado la editorial. A su cargo está ahora Joaquín Palau, a quien acaba de conocer.

Diecisiete años después de la muerte de mi abuela, en 1991, se sintió capaz de rendirle un homenaje literario y escribió Mujer de rojo sobre fondo gris, un libro cuyo título reproduce el de un retrato hecho a su esposa por el pintor Eduardo García Benito. No era Ángeles la que aparecía en la novela, sino Ana…, pero no engañó a ningún crítico: era su historia. De nada sirvió que guardase debajo de la cama el lienzo para despistar. Demasiado evidente.

El Cervantes

Mi abuela no estaba para apoyarle en el acto de entrega del Premio Cervantes, y nervioso, con su hijo Miguel cerca con una copia del discurso por si se le quebraba la voz, leyó ante un paraninfo silencioso: «Antes que a conservar la cabeza muchos años, a lo que debo aspirar ahora es a conservar la cabeza suficiente para darme cuenta de que estoy perdiendo la cabeza. Y en ese mismo momento frenar, detenerme al borde del abismo y no escribir una letra más», dijo. Ahí estaba el titular «Delibes abandona la literatura». Se armó un gran revuelo. Su amiga Carmen Martín Gaite aseguraba: «Miguel lo dice por coquetería». Escribió después Diario de un jubilado y He dicho, pero el día que terminó de revisar las pruebas de El hereje, libro que le había costado tres largos años de trabajo, le diagnosticaron un cáncer, se operó y no ha vuelto a escribir. Ya no se desdobla en otros seres como el Nini o el Mochuelo como hizo durante 50 años.

Reitera que sólo aspira a sobrevivir. Y así es. Quizá esté mejor de lo que él piensa, pero hace vida de enfermo. Se levanta, desayuna, pasea, contesta cartas, come, ve los partidos más inverosímiles de la parabólica o a las hermanas Williams, lee y cena con los mismos horarios día a día. Tiene entre sus manos Los miserables, de Victor Hugo, e Iris y sus amigos, de John Bayley, pero no tiene empacho en reconocer que sigue los pasos de Carolina de Mónaco.

El año pasado, Vergés murió en Barcelona y él dio el pésame a su viuda e hijos en una sentida carta: «Era para mí ese asidero seguro que todos los hombres buscan y administran como un tesoro, conscientes de que se puede acabar. Nunca olvidaré aquella casa de Pedro II, llena de niños que nos recibían con los brazos abiertos. Me encuentro muy abatido. Le seguiré pronto. De momento me siento como uno de vosotros, incompleto y solo. Os abrazo de corazón».

El libro que muestra la relación epistolar entre Miguel Delibes y Josep Vergés, ‘Correspondencia, 1948-1986’, está editado por Destino.

Adiós a la literatura (Por Miguel Delibes)

Los cirujanos impidieron que el cáncer me matara en 1998, pero no pudieron evitar que me afectara gravemente. Me inutilizó para trabajar el resto de mi vida. ¿Quién fue el vencedor? En el quirófano entró un hombre inteligente y salió un lerdo. Imposible volver a escribir

Aunque viví hasta el 2000…, el escritor Miguel Delibes murió en Madrid el 21 de mayo de 1998, en la mesa de operaciones de la clínica La Luz. Esto es, los últimos años literariamente no le sirvieron de nada.

El balance de la intervención quirúrgica fue desfavorable. Perdí todo: perdí hematíes, memoria, dioptrías, capacidad de concentración… En el quirófano entró un hombre inteligente y salió un lerdo. Imposible volver a escribir. Lo noté enseguida. No era capaz de ordenar mi cerebro. La memoria fallaba y me faltaba capacidad para concentrarme. ¿Cómo abordar una novela y mantener vivos en mi imaginación, durante dos o tres años, personajes con su vida propia y sus propias características? ¿Cómo profundizar en las ideas exigidas por un encargo de mediana entidad? Estaba acabado. El cazador que escribe se termina al tiempo que el escritor que caza. Me faltaban facultades físicas e intelectuales. Y los que no me creyeron y vaticinaron que escribiría más novelas después de El hereje, se equivocaron de medio a medio. Terminé como siempre había imaginado: incapaz de abatir una perdiz roja ni de escribir una cuartilla con profesionalidad.

No me quejaba. Otros tuvieron menos tiempo. Al fin y al cabo, setenta y ocho años son bastantes para realizar una obra. Le di gracias a Dios, que me permitió terminar El hereje, y me dediqué a la vida contemplativa. Las cosas que intenté no eran serias. Con mi hijo Miguel hicimos un libro sobre el cambio climático, en el que no intervine más que para hacer preguntas propias de un ciudadano preocupado, pero no aporté una sola idea. En Muerte y resurrección de la novela di a la estampa algo que tenía hecho para dar la sensación de que trabajaba, de que aún disponía de una vida activa.

Los optimistas que sobreviven a un cáncer suelen decir que lo vencieron. Yo no me atrevo a tanto. Los cirujanos impidieron que el cáncer me matara, pero no pudieron evitar que me afectara gravemente. No me mató pero me inutilizó para trabajar el resto de mi vida. ¿Quién fue el vencedor?

Y bien: cuando mi obra, dicho lo dicho, está concluida, y por tal la doy, veo con satisfacción que los prestigiosos editores de Círculo de Lectores y Ediciones Destino se ocupan ahora de recopilarla y reunirla en los siete volúmenes que van a configurar esta serie. Cada volumen, además, irá prologado por un destacado estudioso de mi obra. ¿Qué hacer sino sentirme halagado y agradecido? Si mi primera novela apareció en 1948 -hace ahora sesenta años- y la última en 1998, ha sido media centuria, la segunda del siglo XX, la que me he ocupado escribiendo y publicando libros. Y siempre con el beneplácito de mis lectores. También a ellos, y a cuantos ahora se asomen a las páginas de estas Obras completas, quiero agradecer sinceramente su benevolencia y fidelidad.

Texto que encabeza el volumen I de las Obras completas de Miguel Delibes.


Entrevista por JUAN CRUZ 09/12/2007

Cuando llegamos a su casa estaba comenzando el otoño en Valladolid. Estaba sentado Miguel Delibes en su silla de siempre, debajo del retrato de su mujer, Ángeles, fallecida cuando era aún joven, en 1974. La señora de rojo sobre fondo gris. La mujer de su vida.

Después de la muerte de Ángeles, Delibes, que ya era un clásico vivo de la literatura española, sufrió un bache emocional. La presencia de ese cuadro sobre la cabeza de don Miguel evoca ese tiempo y la felicidad que los dos vivieron.

Durante años, esa ausencia era una presencia íntima y dolorosa, una herida de la que acaso le ayudó a salir un libro memorable, íntimo, casi secreto, Señora de rojo sobre fondo gris. «Don Miguel», le dijimos cuando le fuimos a ver para esta entrevista, «poca gente habla de ese libro, y es impresionante, tan íntimo, tan veraz». «Tendrán pudor», dijo.

Nosotros quisimos hablarle de ese libro; lo hicimos en persona, pero el maestro prefería hablar poco, y escribir, dar las respuestas por escrito. Estuvimos charlando con él un rato largo, para lo que él ahora acostumbra, cabreado con la vida, o mejor dicho, cabreado con la mala salud con la que le acompaña la vida. Cuando nos fuimos nos dijo: «Ya no me verás nunca mejor de como estoy ahora».

No, no está feliz con el tiempo que pasa, duerme mal, no tiene ganas de que el tiempo avance y le siga arrojando las interrogantes del dolor. A veces lo ha dicho: «Se me acabó el tiempo». En un periodo de otro dolor, cuando fue operado de una grave enfermedad, se pensó que acaso ya no escribiría más, y salió del trance con una novela extraordinaria, y extraordinariamente acogida, El hereje, cuyo pulso narrativo convirtió en una broma del maestro su aparente lejanía de la escritura.

Sobrio siempre, espartano, en el vivir y en la escritura, y en la expresión de sus sentimientos; ese mismo libro en el que quisimos centrar nuestra conversación por escrito es el reflejo del pudor casi quirúrgico con el que se enfrenta a la tristeza, que es algo hondo y privado; aun así, en esa hondura hay a veces, en el libro, y en Delibes, un destello, un detalle de humor que te desarma.

Lo tiene en la realidad, también, esa frase – «ya nunca me verás mejor que ahora»- sonaba en su despedida este principio de otoño en Valladolid como una de esas tarascadas que Mihura y Tono lanzaban a sus amigos cuando les iban a ver y ellos se sentían seriamente enfermos. Y él se siente seriamente enfermo; cuando dice eso, cuando se despide así, en su rostro aparece ese Delibes reconcentrado y serio que parece hecho de una sola piedra grande.

Antes de esta visita le habíamos visto por última vez hace unos años en Sedano (Burgos), que es casi un símbolo familiar de la felicidad con la que discurrió hasta el final la vida de Ángeles y Miguel. Allí organizaba, hasta que su salud se quebrantó tajantemente, las cacerías de las que han salido muchos de sus libros y que él siguió haciendo mientras pudo por las insistencias de sus hijos y nietos.

En esa ocasión era verano y él estaba rodeado de todos sus descendientes, en una atmósfera casi renacentista porque en su familia cada uno hace algo distinto, y todos lo cuentan con la alegría que ha mantenido el humor de Delibes, a pesar de sus pesadumbres, su melancolía y su escepticismo. En la sobremesa, Delibes reprodujo algunos comentarios literarios que ya había escrito, y que luego aparecieron de nuevo en España 1936-1950: muerte y resurrección de la novela; en esos comentarios sobre algunos de sus contemporáneos – por ejemplo, Cela y Ferlosio, dos caras de la moneda novelística española -, un solo trazo de periodista certero y descreído dejaba dicho lo que pensaba, y una sola frase para cada uno, de desdén y de admiración, respectivamente, reflejaba el aire de águila que tienen sus ojos de lector.

En aquel entonces ya decía lo que nos dijo otra vez ahora: «Soy un desastre, y los demás me ven como un desastre». Desdeñado por el cuerpo, él mismo se sentía entonces desdeñoso de la vida, de sus placeres, incluido el placer del futuro. Como ahora, cuando acaba de cumplir 87 años, «y se notan, cómo no se van a notar». Ahora ya no le levantan el ánimo ni las victorias del Valladolid, pero sigue preguntando, como cuando era un periodista magistral, a cuya sombra se hizo, por ejemplo, Manu Leguineche, que una vez dijo de él que era un árbol que siempre da sombra. Le alegró la vida, cómo no, esa galería de retratos que constituyen ahora las portadas de sus obras completas, pero cuando han ido a hacerle parabienes o a curarle ha dicho en voz alta: «No me dejan morirme en paz».

De lo último que hablamos, en persona, cuando estuvimos en su casa, fue de su propia estantería, de los libros que lee, de los libros ajenos; había leído, o estaba leyendo, los voluminosos diarios que Adolfo Bioy Casares dejó escritos sobre su larga convivencia con Jorge Luis Borges. ¿Y sus libros, Delibes, cuáles son los libros que usted prefiere de entre todos los que ha escrito? «Huy», fue su respuesta, en directo. Cuando le enviamos el cuestionario, pusimos esa curiosidad en primer término, un pórtico a una serie de preguntas cuya respuesta principal acaso sea ésta: «¿Puedo quejarme yo de soledad?». En un momento en el que la salud no le responde, esa pregunta propia suena ahora como un halagüeño resumen de su manera de contemplar los años pasados. Y su recuerdo, emocionante y vibrante, casi físico, fresco, de Ángeles convierte algunos párrafos de otras respuestas en una emocionante, retrospectiva y presente declaración de amor de Miguel Delibes.

Aquí el cuestionario y sus respuestas:

Imagínese ante una estantería de sus propios libros, y usted no es el autor, sino Miguel Delibes, un lector. ¿Por qué libro empezaría? No es fácil imaginarse una situación así, pero yo, como lector, suelo iniciarme con un autor por lo más corto que encuentre: en mi caso personal empezaría por Viejas historias de Castilla la Vieja. Y si me gustase, iría aumentando el volumen de mis lecturas respetando la cronología, aunque sin ningún rigor.

Hay una obra de soledad, ‘Cinco horas con Mario’. ¿Cómo nace? Don Miguel, ¿la soledad se combate? ¿Sale uno victorioso, o la soledad ya es una vestimenta, va con nosotros a las fiestas y a las despedidas? Por de pronto, no hay que confundir la soledad con la falta de compañía. La primera la padezco como viudo fiel que he sido, pero no la segunda, ya que me siento muy arropado. Mis hijos están conmigo. Los vecinos me paran en la calle para preguntarme por la salud, el Ayuntamiento de mi ciudad pone mi nombre a lugares culturales notables. Mi familia y amigos se desviven por atenderme, me abastecen de la compañía que necesito. ¿Puedo quejarme yo de soledad?

¿Y qué hace la literatura para ayudarnos, la creación artística? ¿O cuando hay dolor ya se acabó todo, no nos ayuda ni Dios? A veces, Dios ayuda. Ayuda a mucha gente que lo reconoce así. Los evangelios de Cristo son estimulantes a este respecto. Cuando murió mi mujer, Dios me ayudó, sin duda. Tuve esta sensación durante varios años, hasta que logré salir del pozo.

¿Cómo cambia Dios, Delibes, a medida que pasa el tiempo? ¿Qué va siendo la fe? ¿Cambia Dios o cambian los creyentes su concepto de Dios? A un jesuita no le gustó nada cuando le dije que echaba en falta mi ciega fe de niño. Él prefería una fe más razonada y adulta. Mi opinión es que en este punto no nos es dado elegir. El ateo listo no menciona a Dios apenas, pero cuando lo hace es con un sutilísimo deje de superioridad, algo así como el del españolísimo desplante del Rey a Chávez, que me hizo reír tanto.

Usted escribió en ‘Señora de rojo sobre fondo gris’: «¿Más de media docena de personas en el mundo que merezcan ser amadas?». ¿Las hay, don Miguel? ¿Qué nos hace amar a la gente? Las hay, seguramente más. Y ¿por qué nos amamos? El tirón, tanto en el amor como en la amistad, es para mí un misterio.

Ése es un libro extraordinario, como una herida que se va abriendo a medida que avanza. Y hay un paralelismo entre su vida con su mujer, Ángeles, y las cosas que cuenta en la novela. ¿Es lícito que pensemos que la identidad es, salvo detalles narrativos, prácticamente total? En cierto sentido, porque total, lo que se dice total, no puede ser la identidad en un caso como éste.

Escribe usted en ese libro: «Entonces dije esa gran verdad de que, con su sola presencia, aligeraba la pesadumbre del vivir». Y usted se preguntaba: «¿Puede decirse de alguien algo más hermoso?». En la vida real, cuando recogió el Cervantes, dijo algo similar de Ángeles. Un recuerdo impresionante. ¿Cómo lo vivió, cómo lo vive? Esa bella frase sobre mi mujer no es mía. Es de Julián Marías, que la dijo por primera vez en mi recepción en la Real Academia. Me dejó con un nudo en la garganta pensando: «Exactamente eso era ella».

Han aparecido sus obras completas, y en la portada aparecen ustedes dos, su novia y usted. ¿Qué memoria viene primero a su mente cuando vuelve a verse en unas fotografías así? De la foto de Ángeles quinceañera que abre mis obras completas volví a enamorarme cada vez que la veía. Así pasó este verano. Esperando que amaneciera para mirar su fotografía. Siempre fue bella, pero, cuando la conocí, era tan bonita, inteligente y atractiva que tenía alrededor un centenar de moscones. Yo tenía un par de años más que ella, pero nos enamoramos, en el 46 nos casamos y en el 73 la perdí. Eso duró mi historia sentimental.

Ella, en el libro, en la vida, era incapaz de rencores. Y cuenta que en la pareja (de la novela) ella hacía un gesto: se colocaba un hilo blanco en el dedo meñique para marcar sus enfados. ¿Era así? ¿Fue así en la vida real? ¿Cómo era esa relación, don Miguel? Lo del hilo en el dedo es rigurosamente cierto. Si el hilo se caía, olvidaba sus motivos de enojo. Me absolvía. Era todo cariño, tan lejos del rencor, que a veces no recordaba por qué se había atado el hilo en el dedo.

¿Qué nos hace querer a la gente? Su encanto, su entrega, su disponibilidad. ¡Sabe Dios! Después, cuando una persona entra en uno, se hace indispensable y no es fácil olvidarla.

Ese libro es también una narración sobre lo que el dolor o la incertidumbre hacen sobre el artista. La infelicidad lo interrumpe. ¿Le pasó a usted? ¿Cómo pudo dominar el dolor hasta volver a crear de nuevo, después de la muerte de Ángeles? El artista no sabe quién le empuja, cuál es su referencia, por qué escribe o por qué pinta, por qué razón dejaría de hacerlo. En mi caso estaba bastante claro. Yo escribía para ella. Y cuando faltó su juicio, me faltó la referencia. Dejé de hacerlo, dejé de escribir, y esta situación duró años. En ese tiempo pensé a veces que todo se había terminado.

Hace usted ahí una reflexión muy poderosa, que nos compete a todos: «Es algo que suele suceder con las muertes: lamentar no haberles dicho a tiempo cuánto las amabas, lo necesarios que te eran». Es un sentimiento de pérdida muy hondo. Como si el olvido fuera imposible.El amor llega a ser una costumbre y no reparamos en sus efectos. Por eso yo lamentaba no haberle dicho a tiempo cuánto la amaba y cuánto la necesitaba. Era un sentimiento de pérdida tan hondo que no me consolaba de haberlo silenciado.

En esta novela hay una insinuación sobre el carácter del ser humano, «sobre todo si es artista», demasiado pendiente de sí. Habrá visto muchos así. ¿Los tiene en la cabeza? ¿Cómo se ha relacionado usted con esa vanidad que cita? Siempre existe la vanidad en el artista, creo. A veces se muestra agresiva, absorbente. Nunca fue mi caso. La mía fue normalmente asimilada, controlada. Fuera del Premio Nadal, que me prendió fuerte, no recuerdo haber perdido pie por esta causa. Fui asimilando mi obra poco a poco.

No poderse replantear el pasado «es una de las limitaciones más crueles de la condición humana». De todos modos, uno se lo replantea. ¿Qué tacharía? No conduce a nada. Es una pregunta normal en las entrevistas, pero creo que no conduce a nada. Tachar, enmendar mentalmente … ¿Para qué? Mis correcciones cuando he tenido que hacerlas han sido pequeñas, superficiales. A menudo, por mi gusto, habría vuelto a escribir la pieza entera. Pero eso no vale. Uno se queda a gusto o se queda frustrado. Es igual. El bien o el mal ya están hechos.

«La veía en el cuadro bella, grácil, desenvuelta…». Ahora está en el cuadro, y en esa novela. ¿Cómo la ve en la memoria? Muy próxima.

Ella decía: «En el peor de los casos, yo he sido feliz 48 años; hay quien no logra serlo 48 horas en toda una vida». Leonardo Sciascia decía que la felicidad era un instante. Hay un momento en que la felicidad es un recuerdo. ¿Qué recuerdo hay de la felicidad? La opinión de Sciascia no es una novedad. El estado de felicidad no existe en el hombre. Existen atisbos, instantes, aproximaciones, pero la felicidad termina en el momento en que empieza a manifestarse. Nunca llega a ser una situación continuada. Cuando no tienes nada, necesitas; cuando tienes algo, temes. Siempre es así. Total, que nunca se consigue.

Pesimista fue siempre: sobre la Tierra, sobre la naturaleza. ¿Se muere la Tierra, o simplemente está herida? Desgraciadamente, herida de gravedad. Su destino no podemos preverlo. Creo que aún está en nuestras manos salvarla, pero ¿nos vamos a poner de acuerdo para hacerlo? Estamos tan bien instalados en la abundancia que no es fácil convencer al vecino de que se sacrifique seriamente para impedir el calentamiento del planeta y hacerlo invisible para millones de personas. El momento es crucial para que el hombre nos dé la medida de su sensibilidad.

Me decía Emilio Lledó, cuando le conté que le iba a entrevistar: «Menciónale la palabra Fraga». ¿Le sigue soliviantando la palabra Fraga? Emilio vivía entonces [finales de los 60] en Valladolid [donde Delibes dirigía El Norte de Castilla], y conocía mis rifirrafes con Fraga, quien se obstinaba en proclamar que el pueblo en España era libre cuando nadie ignoraba que estábamos maniatados. Él y Juan Aparicio, maestro de censores, fueron para mí las nubes más negras de la negra etapa de la censura en España. Mis más penosos recuerdos de esta época fueron ellos: su persecución sistemática, su dureza… A los mayores tiranos siempre les gustó tener fama de liberadores.

Periodismo, un gran elemento de su biografía. ¿Cómo lo ve evolucionar? ¿Se sentiría cómodo en el periodismo que se hace hoy? Mire usted, yo estaba acostumbrado al mío, el periodismo de la linotipia, la teja y el chibalete, y el nuevo ha venido tan rápido que no me ha dado tiempo de asimilarlo. Lo veo como un invento reciente, y el mío, como una curiosidad medieval.

Hace treinta y pico de años pudo haber sido el director de EL PAÍS. ¿Se vio en algún momento haciéndolo? Así es, pero acabó prevaleciendo el buen sentido. Mi cabeza no asimilaba unos proyectos tan ambiciosos. Yo me conformaba con algo más abarcable, más pequeño, más familiar, que lo que Ortega me ofrecía tan generosamente. De manera que no acepté. Pero nunca tuve la sensación de haberme equivocado.

«No deseo más tiempo. Doy mi vida por vivida». Hay un momento en que dijo esto. ¿Cuándo lo sintió? ¿Cuándo piensa uno que lo ha hecho todo? No digo esto porque crea que ya lo he hecho todo en la vida, sino por el convencimiento de que ya no puedo hacer más. Se me ha saltado la cuerda como a los coches de los niños pequeños.

Hay un libro suyo de perfiles de contemporáneos suyos, ‘Muerte y resurrección de la novela’¿Cuál sería su autorretrato, literario y vital, don Miguel? No saldría bien. Carecería de relieve o yo no acertaría a encontrarlo. Sería un retrato frío, aburrido, impersonal. Me cansa pensarme.

Ahora está rabioso, su salud es mala, el otoño se le ha echado encima como una mano que acelera la artritis. ¿Algo le alivia, le ayuda a sobrellevar la evidencia del dolor? Los potingues de farmacia, mis hijos, amigos, el deseo de anteponer la dignidad a la pura queja.

Un escritor enamorado

Ahora están en el mercado los dos primeros tomos de sus obras completas (Destino y Círculo de Lectores), ilustradas por unas fotos en las que aparecen muy jóvenes Ángeles y Miguel (“me sigo enamorando cuando la veo”). El prólogo desdeña la vanidad. Es un castellano que ha afrontado su oficio con sobriedad.Nació en Valladolid en 1920. Fue catedrático de Derecho Mercantil y director de El Norte de Castilla. Pero su inmensa obra –medio centenar de novelas y ensayos, rematados por el Nadal en 1947 y el Premio Cervantes en 1993– ha eclipsado otros aspectos de su biografía.

Necrológica por Juan Cruz

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FORGES

El verdadero dueño de la lengua

Su inspiración fue el campo, la lengua del pueblo, lo que escuchaba con la misma paciencia con que liaba tabaco. Pero sus novelas no son hijas de las costumbres, exclusivamente; su observación va más hondo: conduce la historia para que se vea el alma

La última vez que Miguel Delibes habló en público fue en la Academia de la Lengua, a la que perteneció y que no piso durante décadas porque Madrid era un ruido que le horrorizaba. Habló en diferido, en un video que fue grabado para celebrar la salida de la nueva Gramática de la Lengua Española. Entonces, el viejo escritor castellano, uno de los grandes del siglo XX, celebró la salida de aquel volumen y se congratuló de participar de una institución capaz de recoger el habla del pueblo. Dijo: “La lengua nace del pueblo; que vuelva a él, que se funda con él porque el pueblo es el verdadero dueño de la lengua”.

Era el 10 de diciembre de 2009. Desde hacía meses, e incluso años, este Delibes que acaba de morir con 89 años (en octubre hubiera cumplido 90) estaba rabioso con la vida; la disfrutó como periodista, como cazador, como novelista, como espectador y como participante, y la sufrió como hombre enamorado que demasiado pronto perdió a su compañera, Ángeles, con la que compartió matrimonio e hijos y a la que despidió con las lágrimas privadas que alguna vez fueron, después, literatura.

Su libro Señora de rojo sobre fondo gris es una soberbia obra de arte en la que el Delibes más íntimo dejó memoria de su afecto herido por la enfermedad y la muerte. Un día, muchos años después de inaugurada esa soledad que mitigó el amor sin frontera de su amplia familia, Delibes me repitió sobre Ángeles, en diciembre de 2007, algo que años antes le había dicho su amigo Julián Marías: “Con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir”. Como escribió el hijo de Marías, Javier, Ángeles era “una mujer sonriente, atractiva, pausada, con un aspecto juvenil”. Ese retrato vivió siempre con Delibes; y él sobrellevó esa pérdida porque alrededor tuvo un apoyo familiar que su bondad contribuyó a convertir en una celebración continua del amor a la vida.

Sentimiento de pérdida

Pero a él le rondó siempre esa melancolía, ese sentimiento de pérdida que se lee en Señora de rojo sobre fondo gris. Él mismo, muchos años después, sufrió esa dentellada de la enfermedad, y siguió viviendo, pero descontando los días como si ya estuviera señalado para dejar todo esto. Era muy dramático escucharle, en los últimos tres años. En esa entrevista de diciembre de 2007 me dijo en su casa de Valladolid: “Ya nunca me verás mejor que ahora”. Pero había superado un cáncer, y cuando todos creían que bastante tenía con habitar en este mundo, y ver crecer a los nietos, sacó del cajón uno de sus libros más grandes y más grandiosos, El hereje, que la gente saludó en España como la magistral contribución de Delibes a la enseñanza de lo que es de veras un novelista, tal como él lo concebía: un tipo serio que no se anda con florituras, que sabe adonde deben dirigirse las historias y conoce muy bien el lenguaje con el que ha de abordarlas.

Aquella frase grabada y dicha para que la oyeran los académicos (“el pueblo es el verdadero dueño de la lengua”) no era una retórica populista de un hombre de Valladolid, cuna, según todas las estadísticas, del castellano más clásico o tradicional; Delibes escribió con el ejemplo; fue un periodista buenísimo, un maestro de gente como Manuel Leguineche o Francisco Umbral; dirigió El Norte de Castilla en pleno franquismo y lo hizo un diario liberal, opuesto a los lugares comunes más groseros de la dictadura. Siendo periodista, en El Norte de Castilla, recibió la noche de Reyes de 1948 la noticia de que era premio Nadal, por La sombra del ciprés es alargada. La fama que le proporcionó aquel galardón no le arrancó del periódico; tampoco le arrancó del Norte (ni de Valladolid) José Ortega Spottorno, presidente de EL PAÍS cuando este diario iba a nacer y el hijo de Ortega y Gasset le propuso que se incoporara como director a esta aventura. Él no iría a Madrid ni atado, y fue a la Academia, cuando lo eligieron, porque había que tomar posesión…

Valladolid, Castilla, Sedano, la familia… No era una opción castiza, ni nacionalista; Delibes no era un tipo encerrado con el único juguete de la lengua o de la caza, o de la literatura; fue periodista siempre, un buen lector de periódicos que quería saber qué sucedía en el mundo. Viajó muchísimo, y no sólo a través de los campos castellanos, que le dieron inspiración tan suculenta, sino que hizo transcurrir su vida por escenarios que le consagraron como un observador atento del acontecimiento internacional. Uno de esos viajes fue a la primavera de Praga, cuya contemplación consolidó sus ideas sobre el valor de la democracia liberal.

La lengua del mundo

Su inspiración fue el campo, la lengua del pueblo, lo que escuchaba con la misma paciencia con que liaba tabaco. Pero sus novelas no son hijas o herederas de las costumbres, exclusivamente; en él hay una sencillez barojiana, pero su observación va más hondo: conduce la historia para que se vea el alma, el paisaje es el pretexto. Detrás de Los santos inocentes hay, es cierto, campo, la soledad de los campos, la tristeza rotunda que se esconde en medio de la miseria, pero hay sobre todo metáfora de esa larga y honda soledad que padecen los hombres que no se acompañan por dentro.

Acaso la obra en la que Delibes sintetiza su capacidad para escuchar “la lengua del pueblo” mezclada con los ritmos extraños de la soledad de los hombres o las mujeres (o los niños) que retrató fue Las ratas, un fresco cuya lentitud arriscada esconde la voluntad de mostrar la pobreza como el único paisaje de la posguerra en las orillas míseras de los ríos de Castilla.

Decía su paisano Gustavo Martín Garzo, en este sentido, que la pobreza o la precariedad o el abandono caracterizan el universo de Delibes; el verdadero tema de su escritura, dice el novelista que hereda en cierto modo ese gusto de Delibes por el lenguaje como espejo de la naturaleza de la gente, “no es la desesperanza sino el desamparo, la orfandad radical de los hombres”. Ese libro, Las ratas, es un monumento en ese sentido.

Reacio a la contemplación

No era Delibes muy dado a degustar lo que ya hizo; de hecho, en sus entrevistas era más bien reacio hacia la propia contemplación de su obra; le gustaban las conversaciones lentas; la amistad y la familia eran sus gustos, y los buenos libros, el buen tabaco, el campo abierto, la caza, el recuerdo de sus excursiones en bicicleta en busca de Ángeles en los veranos de Sedano o de Molledo Portolín. Cuando ya nada de eso fue posible, y cuando notó que la presencia cruel de la enfermedad, de la debilidad y de la muerte, se cernía sobre la fragilidad de sus pulmones y de su cerebro y ya la vida no merecía ser vivida, agarró el lenguaje del pueblo, ese castellano purísimo que cultivó como nadie, y dijo: “Ya no me verás nunca mejor de como estoy ahora”. En la misma conversación de hace tres años Delibes dijo, entrecerrando la puerta: “Se me acabó el tiempo”.

Duró más, pero desde entonces él repetía que le daba rabia seguir viviendo así.

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Reunión del 23 de Junio.

Parece que se complica la reunión del 23 de Junio, por diversos motivos hay algunas bajas y tampoco hay ninguna razón por la que no podamos postponerlo para Septiembre y retomar nuestras reuniones con toda ilusión después del verano.

Como seguro que vamos a tener un motón de tiempo para leer en vacaciones, propongo leer algún libro más de la autora Jane Austen, una de mis favoritas, haciendo una pequeña inmersión en su obra, que por otro lado es ideal para el verano… romance, fiestas, lujo y una sociedad clasista que nos choca, pero que podriamos considerar actual en éste momento que España tiene sus propias clases sociales con la inmigración y las  tribus. Como reflexión .¿Creeis que sí, que tenemos esa sensación de superioridad con algunas personas y de inferioridad delante de otras en nuestros dias?

Además tenemos la ventaja de que sus libros se pueden encontrar facilmente en Internet y bibliotecas y es un buen ejercicio para que el puede leerlo en versión original (¿Verdad Ana?).

Yo voy a empezar a leer el comic Blankets, en cuanto lo termine lo paso.

Besitos, Elisabeth Bennet.

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Bienvenida

Hoy inauguramos este blog para el grupo de lectura. Aquí podremos colgar la información que consideremos útil y también las propuestas para las próximas obras que leeremos.

¡Espero vuestros comentarios y aportaciones!

Gala Placidia.

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